jueves, 9 de agosto de 2012

“GAUCHOS Y PAISANOS”



“GAUCHOS Y PAISANOS”
La sola enunciación del vocablo “gaucho”, evoca a un tipo representativo de nuestro campo en épocas pasadas, un tipo con caracteres y radio de acción bien definidos.
Y más aún, un “tipo” cuyas partidas de nacimiento y defunción están registradas con bastante exactitud.
El nacimiento de este personaje entrañable para nuestra tradición se puede detectar en aquel “tropero” que en 1550 se encargó de llevar desde San Vicente (Santos en el actual Brasil) los primeros ejemplares vacunos remitidos por los hermanos Goes (otros dicen que Gaete) hasta Asunción del Paraguay, ese “tropero”, un español audacísimo sin duda, recorrió más de doscientas leguas por terrenos poblados de riesgos de todo tipo, para recibir como compensación de cada viaje, un vaca, tesoro inestimable en aquellos tiempos, ya que la gente decía comparativamente: “Es tan cara como la vaca de Goes”.
Estos animales se reprodujeron y dieron lugar a grandes manadas e incluso fueron traídas por Juan de Garay, en cantidad de 500 cuando éste fundo o refundó, mejor dicho, la ciudad de Buenos Aires, en donde, en la bastedad de sus pampas ya había, fruto de aquellos dejados por Pedro de Mendoza en su primera fundación, un innumerable cantidad de equinos, totalmente salvajes y que eran de aquel que los enlazaran o bolearan por primera vez.
De allí esta conjunción: gaucho, caballo, vacuno, se mantendría unida por largo tiempo.
Cantidad de esos vacunos traídos a Buenos Aires, totalmente salvajes y sin cercos que los detuvieran huyen a la pampa y encontrando pastos y buenas aguadas (la provincia tiene la característica de cantidad de ríos y lagunas de agua dulce) se reprodujeron de forma incontable como lo habían hecho con anterioridad los caballos de Mendoza.
Y allí encontramos el período de “adultez” del gaucho. Con el valor del cuero las vaquerías fueron su escuela. En caballos recién agarrados, jugándose la vida entre los aguzados cuernos de animales totalmente salvajes y simplemente con una des jarretera en su mano derecha, se dedicará a la caza de este ganado.
El cuero era todo en esa época, impensable el hierro, inexistente el alambre y los clavos, todo se hacía de cuero.
Con el nacimiento de los saladeros y la conservación de la carne mediante su secado y salado, nacen las primeras estancias y allí comienza la declinación del gaucho. El marcado de la hacienda, que comienza a tener dueño, la definición si bien imprecisa en un primer momento de límites, vienen de alguna manera a limitar también las correrías y la vida nómade, salvaje y errabunda de aquel personaje, “jóvenes sin oficio y beneficio” como los llamara Hernandarias. Pero pronto surgiría otra “changa” que le permitiría vivir aquella vida que habían elegido: los arreos de mulas a Potosí (actual Bolivia) y a Mina Gerais (Brasil) para las minas de plata y piedras preciosas.
Los estancieros hacían grandes arreos, desde estas zonas donde se producían mulas (cosa muy fácil, bastaba largar un burro padrillo entre la yeguada) y pronto se tenía el producto para vender, hasta Córdoba, donde se las invernaban, para hacer luego el último trayecto hasta Salta, lugar donde eran subastadas, habiendo documentación de que en uno de esos remates se llegaron a negociar 20.000 mulares.
Viene la revolución de Mayo y este negocio también termina…y a que otro lugar podría ir nuestro gaucho para seguir con esa vida sino a los batallones de caballería de los ejércitos patriotas. Cuando esas guerras de la independencia terminan, lo encontramos en las montoneras, a las órdenes de algún caudillo, a quienes seguían hasta dar su propia vida. Estas últimas actividades serían los estertores de una muerte anunciada.
A partir de la firma de la Constitución de 1853, con el advenimiento del tiempo llamado de “Reorganización Nacional”, está decretada su desaparición y que otro camino le queda al gaucho, si era joven, que el de enlistarse en las filas de los ahora Ejércitos de Línea que abrían fronteras hacia el sur o hacerse resero, ahora con ganado mejorado por la importación de ejemplares de razas británicas, o, si su edad no lo permitía, el de deambular por las ahora estancias con alambrados, que son cruzadas por vías férreas y caminos transitados, viviendo de la caridad de los dueños de casa, recuerdo que alguna vez escribí:

Y esos gauchos veteranos,
de aquellas guerras civiles,
extrañan hoy los fusiles 
y los trabucos de mano.
Se niegan a ser paisanos
y cuentan en los fogones
de retumbar de cañones
y cruentas cargas de lanza,
mientras se llenan la panza
a cuenta de los patrones.

Y aquí está el nacimiento del paisano, heredero de muchos de los hábitos del gaucho, pero ahora sedentario, con “rancho, hijos y mujer”, como dice Martín Fierro y un trabajo fijo y remunerado que siempre hizo, luchó y ayudó al crecimiento de esta Patria nuestra.
Y aquellas tareas que el gaucho hacía por necesidad hoy las recrea nuestro paisano en sus diversiones camperas, la jineteada, las pialadas (hoy tan criticadas), las carreras de tambores y los desfiles tradicionalistas.
El gaucho desapareció, pero su esencia quedó plasmada en cada uno de los argentinos bien nacidos, aun los hijos de aquellos extranjeros “de buena voluntad que vivieron a poblar el suelo argentino”.

“El honrar la Tradición,
no es vestirse de paisano,
o con el poncho en la mano,
revolear sin ton ni son.
Es el sentir emoción
con nuestras cosas camperas
y es abrir bien las tranqueras
del alma y el corazón”
 

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