viernes, 31 de agosto de 2012

LA TROPILLA DE NUESTRO GAUCHO

LA TROPILLA DE NUESTRO GAUCHO

Eran otros tiempos. Recuerdo que allá por la década de 1950 mi padre era mayordomo de estancias. 
Establecimiento de grandes extensiones (7 u 8.000 hectáreas) poblados de vacas u ovinos y con algún sector dedicado a la agricultura.
Por lo general en los extremos del campo existían uno o dos puestos que ejercían de apoyo a los paisanos que salían de recorrida y tambié
n de vigilancia.
Eran otros tiempos, dije, sí, aquellos que se permitía a la peonada, numerosa por cierto, tener sus propios caballos aquel que contaba con tropilla propia. Para esto había dos premisas, no escritas en ningún lado pero que se respetaba a rajatabla por ambas partes, los animales se usarían para el trabajo diario y las tropillas no debían superar los ocho animales contando la madrina.
Recuerdo que había entre la peonada, una especie de competencia a ver quien mantenía mejor los animales. Gordos, lustrosos, los domingos, aquellos que no se alejaban de la estancia se dedicaban a “arreglar” sus caballos a los que tusaban, desvasaban, desranillaban y rasqueteaban con la dedicación de verdadero “coufier” equinos.
Aquellos con mejor suerte o de mayores recursos económicos la tenían de un solo pelo, pero creo que eso era simplemente por gusto. La elección de los animales se hacía generalmente por las aptitudes del animal.
El cuidado de los mismos era estricto para estos gauchos, recuerdo aun, en horas de la siesta, algún caballo atado a la sombra con un morral con maíz que se había sacado de la troja general. 
Había una tropilla mayor, ésta compuesta por 15 o 20 animales, de propiedad de la estancia y a los que echaban mano aquellos que no tenían los suyos propios.
Este preámbulo sirva para contar lo que me sucedió durante una exposición de mis obras y en la que presentaba la escultura de la foto y que se titula: “Tropilla Argentina”.
Se acercaron tres “gauchitos”, de aquellos que, aunque recién salidos del cascarón se creen que se las conocen todas y mirando la escultura hacían comentarios como: “Cha’ que están gordos los pingos”. “Lindos para mandarlos al tacho”; “Sí con estos solos, seguro que llenás una jaula”.
Entonces, de regreso a casa, surgieron estas décimas que quiero compartir con ustedes y que las titulé, precisamente: “TROPILLA ARGENTINA”

Lindos “mansos” me han salido,
si les noto hasta el penacho,
“nunca un gaucho manda al tacho
ni al matungo más jodido”...
Es por eso que les pido,
en forma muy elegante
que averigüen como en antes
mantenían los paisanos,
sus caballos, gordos, sanos,
relucientes y elegantes.

La moda que se tenía,
era de siete animales,
lo más parejos e iguales
pa’ montar uno por día.
El gaucho los elegía
según la labor que hacer,
un manso pa’ recorrer,
un ligero pa’ bolear,
y algún guapo pa’ pechar
hasta un toro sin temer.

Seguro que iba a tener
un caballo coscojero
con un recado dominguero
por solo gusto y placer,
y de paso para ver,
si en el baile en un floreo
en ese día de recreo,
al pasuco anca blandita,
sube una moza bonita
para salir de paseo.

En una buena tropilla,
nunca falta el redomón
al que le deja un mechón
hecho de forma sencilla.
Uno de pecho y de silla
pa’ usarlos en la ocasión
de llevar algo al rastrón
o atarlo a una jardinera
y si el destino quisiera
hasta tirar de un vagón.

No faltará el parejero
para una “depositada”,
y al que siempre reservaba
por ser un pingo ligero.
Y pa’ lo último quiero,
dejar la yegua madrina,
chica, criollaza y bien fina
y de algún color rarón
pa’ que llame la atención
en la tropilla argentina.

Carlos Ernesto Pieske

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