miércoles, 2 de enero de 2013

LA PRIMERA REFLEXIÖN PARA EL 2013.



LA PRIMERA REFLEXIÖN PARA EL 2013.

Ayer y como es habitual desde hace ya años, nos reunimos un grupo de amigos a charlar un rato sobre la vida, que por supuesto incluye las nuestras.
El grupo es sumamente heterogéneo, tanto en edades, como en ocupaciones, niveles sociales, económicos y culturales, pero eso no tiene la menor importancia, en “nuestra reunión” habitual, “La libertad es libre” como dice un filósofo amigo mío y todo el mundo tiene derecho a opinar. ¡Y allí está lo lindo!
En esas reuniones se puede hablar de Maradona, Messi, el alza de los precios, el rumbo del gobierno o el último video “hot” que se conoció de una ignota que irrumpió en la tele. “En la variedad está el gusto”…decía otro amigo mío y tomaba mate con trozos de morcilla.
Ayer, la conversación marchó para el año que dejábamos y el que recibíamos.
De pronto alguien largó un comentario sobre la vigencia que aun tiene, pese a recorrer hace ya más de una década el siglo XXI, el tango de Enrique Santos Discépolo, “Cambalache”.
Se comenzaron, de memoria a recorrer sus versos y como ocurre con aquellas canciones que son aprendidas por tanto escucharlas, había, entre los integrantes del momento, distintas versiones y llegó el momento que entonces ciertas frases no tenían el sentido que el poeta les había querido imprimir.
Como mi casa quedaba cerca, me vine a buscar un libro que atesoro en mi biblioteca con letras de tangos viejos y lo llevé a la reunión, recordando esa frase que popularizó el Ñato Desiderio: “Agarrá lo libro que no muerden”.
A partir de allí se fueron leyendo, estrofa por estrofa, con comentarios algunos jocosos, otros como para masticarlos y algunos directamente para el olvido.
Hasta se llegó a cambiar los personajes de la época que nombra Discépolo en su tango, por algunos de más actualidad.
Si parecía estar escrito ayer.
Para quienes no tengan presente la letra, aquí se las paso completa:

“Que el mundo fue y será una porquería, ya lo sé.
En el quinientos seis y en el dos mil, también.
Que siempre ha habido chorros, maquiavelos y estafaos,
contentos y amargaos, barones y dublés.
Pero que el siglo veinte es un despliegue
de maldá insolente, ya no hay quien lo niegue.
Vivimos revolcaos en un merengue y en el mismo lodo
todos manoseados.
Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor,
ignorante, sabio o chorro, generoso o estafador...
¡Todo es igual! ¡Nada es mejor!
Lo mismo un burro que un gran profesor.
No hay aplazaos ni escalafón, los ignorantes nos han igualao.
Si uno vive en la impostura y otro roba en su ambición,
da lo mismo que sea cura, colchonero, Rey de Bastos, caradura o polizón.
¡Qué falta de respeto, qué atropello a la razón!
Cualquiera es un señor, cualquiera es un ladrón...
Mezclao con Stravisky va Don Bosco y La Mignon,
Don Chicho y Napoleón, Carnera y San Martín...
Igual que en la vidriera irrespetuosa de los cambalaches se ha mezclao la vida,
y herida por un sable sin remache ves llorar la Biblia junto a un calefón.
Siglo veinte, cambalache problemático y febril...
El que no llora no mama y el que no afana es un gil.
¡Dale, nomás...! ¡Dale, que va...!
¡Que allá en el Horno nos vamo’a encontrar...!
No pienses más; sentate a un lao, que ha nadie importa si naciste honrao...
Es lo mismo el que labura noche y día como un buey,
que el que vive de los otros, que el que mata, que el que cura,
o está fuera de la ley...”

El asunto marchaba, pero de pronto se llegó a esa frase que dice: “Y herida por un sable sin remache ves llorar la Biblia, junto a un calefón”… ¿Qué quería decir? ¿Qué significaba?
Yo lo sabía, mi padre que era un tanguero me lo había explicado.
En la época que se escribió este tango recién se ponían en las casas más pudientes los baños instalados, reemplazando a las “lejanas” letrinas y a las bacinillas, escupideras o tazas de noche, como se las llamaban, escondidas en la parte inferior de las mesas de luz.

En los baños, claro, si había una ducha era necesario calentar el agua, así al lado de la ducha se instalaba un"Calefón".
Sin embargo, el papel higiénico tardo en obtener su carta de ciudadanía para poder trabajar en limpio en estas sucias tierras y aun cuando apareció era bastante caro y no estaba al alcance de todas las familias, las cuales se veían obligadas a utilizar para esos fines sanitarios el vulgar papel de diario o, en su defecto cualquier otro.
Por supuesto, eran muy estimados los papeles mas sedosos, así que los sufridos usuarios trataban de conseguir en las verdulerías y fruterías los papeles con los que venían envueltas las manzanas y otros productos del campo.
Otro muy apreciado era llamado el "papel Biblia", por ser esta especialmente delgado y suave.
Ahora bien, ya por entonces existía la Sociedad Bíblica, una de cuyas misiones parece ser la de difundir la Biblia Protestante, para lo cual regalaba ejemplares del sagrado libro, en la actualidad lo sigue haciendo.
Pues muchos de los habitantes de Buenos Aires deben de haber parecido devotos creyentes, ya que aceptaban de continuo esas "gentilezas", y que siendo mayoria la grey católica, lo mismo pasaban y retiraban la Biblia protestante tantas veces como sabían que la Sociedad las tenia en obsequio en las calles, plazas o en su sede central.
Sin embargo, cuentan los hombres dignos de fe (aunque Ala sabe mas) que quienes obtenían esas Biblias, les perforaban una tapa y las colgaban en un gancho de alambre, (llamado "sable sin remache") al lado del calefón, cerca del retrete, e iban arrancando las suaves hojas para usarlas como papel higiénico.

Así se escribe la historia.

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